Blogia
EDUCACIÓN RELIGIOSA CATÓLICA

Una Alianza de Amor: Moisés

Una Alianza de Amor: Moisés

Dios está empeñado en que la humanidad viva en paz y felicidad. A pesar de que muchas veces le dicen no a su proyecto de amor, él vuelve, una y otra vez a recordar, que sólo teniéndole a él como  padre y a los demás como hermanos, se puede vivir bien.

Y para que sepamos cómo vivir esa relación, Dios reúne al pueblo de Israel en el Monte Sinaí y allí les da diez normas de vida. Si cumplen esas normas, ellos vivirán en paz y progresarán como hombres y mujeres libres. Si no las cumplen, la muerte llegará sobre ellos.

Los diez mandamientos se han ido transmitiendo de generación en generación, primero oralmente, luego por escrito. Son mandatos para todos los hombres y mujeres, no importa el lugar ni su condición.

La historia del pueblo de Israel es la historia de un pueblo débil y pecador que es perdonado una y otra vez por la misericordia de Dios. A pesar de las infidelidades que cometió Israel, Dios no se da por vencido y renueva su amor sin cansarse.

Después del diluvio universal, Dios hace una alianza con Noé, prometiéndole que nunca más maldecirá el suelo por culpa del hombre (Gn 8, 21) y le da como señal un arco iris en el cielo.

Con Abraham se renueva el pacto entre Dios y los hombres. Con él, Dios elige un pueblo, le promete protegerlo con amor y le ofrece una tierra, pidiéndole a cambio su fidelidad. Abraham se fió plenamente de Dios y le obedeció. La Fe consiste en aceptar la palabra de Dios y poner en práctica sus exigencias, por eso, Abraham es considerado como un gran hombre de fe, el padre de los creyentes.

Muchos años después de morir Abraham, el pueblo de Israel se estableció en Egipto. Allí la situación fue empeorando para ellos, pues llegaron a vivir como esclavos. Era un pueblo totalmente sometido al poderío de los faraones.

Pero los planes de Dios eran muy distintos: Él escogió a Moisés para liberar a su pueblo. Dios quiso purificar a su pueblo sometiéndolo a las dificultades de un largo peregrinar por el desierto.

En medio de esas dificultades y pruebas, Dios no abandona jamás a su pueblo, les guía por el desierto, les alimenta con un misterioso alimento celestial (el maná), y hace fluir agua milagrosamente para calmar su sed.

Llegando al monte Sinaí, allí donde Moisés había tenido su primera revelación, éste vuelve a subir para encontrarse con su Dios, el que había hecho posible la liberación de su pueblo. Ahora, en libertad, Dios quiere hacer una alianza con él, por la cual cada uno se compromete a cumplir ciertos requisitos.

El pueblo de Israel debe cumplir los diez mandamientos que el Señor le ha dado a Moisés. En ellos se establece como debe ser la relación con Dios, pero también, como debe ser la relación entre los miembros de este pueblo, para que sean una nación que vive en libertad, en justicia y fraternidad. Si Israel cumple estos mandatos, Dios se compromete a cuidarlos, a protegerlos, a estar con ellos para que sea un pueblo que viva en paz y sea ejemplo de convivencia justa y leal.

Moisés le pregunta al pueblo si están dispuestos a realizar esta Alianza y todos responden afirmativamente. Dios les da los diez mandamientos: los tres primeros hacen referencia a la relación que deben tener con Dios. Los otros siete, se refieren a cómo deben convivir entre ellos.

Cuando se van desgranando estos mandamientos, vemos la riqueza que tienen para lograr una sociedad justa y pacífica. Sin embargo, la persona humana, sigue pensando en su bienestar personal, sigue viviendo en su egoísmo y sigue viviendo en la infelicidad.

A lo largo de la historia todos los pueblos y naciones buscan la manera de vivir en paz y en concordia, sin embargo, no lo logran, porque sólo piensan a lo humano, sólo buscar cumplir la letra de la ley, pero nunca el espíritu; tratan de hacer lo justo externamente, pero no llevan a experimentar la riqueza del espíritu, por lo que cada vez que sale una ley, siempre hay algún “listo” que busca cómo darle la vuelta y hacer como que cumple la ley, aunque en realidad la está vulnerando.

A partir de este momento, el pueblo de Israel sigue su caminar por el desierto. Hablar de pueblo en este momento, es mucho decir. Todavía no se trata más que de algunos clanes guiados por Moisés a través del desierto, que sin duda se irán incrementado con nuevos elementos. Por pocos que hayan sido estos nómadas, llevan consigo una experiencia de una riqueza tal, que se transformarán después de reunirse con otras tribus que no habían abandonado Palestina, en la herencia espiritual de todos.

Frente a los Cananeos que habitaban las ciudades y cultivaban las tierras de los alrededores, estos nómades toman poco a poco conciencia de su originalidad y de su identidad. El que se reveló a Moisés en el Sinaí y que multiplicó las maravillas a favor de los fugitivos de Egipto, Yahvé-Dios, hizo una alianza con este pueblo de nómadas, con estas tribus de beduinos. Les dio su ley al mismo tiempo que su promesa. En adelante serán el pueblo que Él se eligió y El será su Dios. Es durante el período de Josué y de los Jueces cuando se constituirá realmente el pueblo de Israel.

Sin embargo, por muy colmados que se sientan por Yahvé, estos nómadas no pueden evitar sentir admiración por los cananeos, en medio de los cuales viven. Los historiadores nos dicen, que este período del segundo milenio antes de Cristo, es el período más prestigioso de la historia de Palestina en el plano cultural. Frente a las ciudades cananeas con sus fortificaciones, sus templos y sus palacios con artesonado de cedro, y decorados con incrustaciones de marfil, el nivel de vida de los nómadas parecía muy pobre. El mismo contraste se daba en el plano religioso: los cananeos de las ciudades multiplicaban sus celebraciones, fiestas y ritos a la vista de los beduinos que no tenían ni siquiera templo.

La tentación es grande, y tanto los libros de Josué y de los Jueces, como los de Samuel y de los Reyes, no cesarán de mostrarnos con cuánta facilidad el pueblo de Israel se dejaba arrastrar. Atraído por esa civilización brillante, abandona al mismo tiempo sus costumbres propias y su fe, para adoptar los cultos de los habitantes del país. Durante todo el período de la realeza, los profetas no dejarán de recordar al pueblo las exigencias de la alianza y de la fidelidad a Yahvé.

 

El pueblo de Israel en su inicio adoraba a Dios en los momentos importantes de la vida, en los lugares donde iba, y tenía un código de conducta, suponemos, adecuado a su vida nómada del desierto.

Durante los años que estuvo en Egipto, sin perder su fe en Dios, tuvo que vivir bajo los mandatos y la forma de entender las relaciones de los egipcios, por lo tanto, tampoco desarrollaron un código detallado de las relaciones.

Cuando consiguen su libertad y se constituyen oficialmente como pueblo, tienen entonces, lo que hoy llamamos la Constitución, es decir, las normas que definen la forma de vivir de la sociedad. Para ellos, su constitución, sus normas, son los diez mandamientos. Es la base de la sociedad israelita, y bajo estos mandamientos, brotan toda una serie de normas, que podemos leer en gran medida, en el libro del Deuteronomio.

Ahora sí se pueden presentar ante las demás naciones, pues tienen un Dios único y, además, una forma de vida que les hace diferentes, que les da la personalidad de ser el pueblo de Dios. Los profetas, recordarán a cada momento, que son la parte elegida de Dios, que son el pueblo escogido de Dios, y por eso, deben vivir de una manera santa y acorde a la voluntad de su Dios.

Sin embargo, en un mundo plagado de dioses y de costumbres inmorales, les costará mucho aceptar estas normas de Dios y esta forma que les piden sus mandamientos. Será una lucha constante, entre mantenerse fiel a Dios o ser como las demás naciones: tener una religión externa que no compromete para nada el corazón de las personas.

 

PALABRA DE DIOS

Cuando Moisés empezó a subir hasta Dios, Yahvé lo llamó del cerro (Monte Sinaí) y le dijo:

_ Esto es lo que tienes que decir y explicar a los hijos de Israel: Ustedes han visto cómo he tratado a los egipcios y que a ustedes los he llevado sobre las alas del águila y los he traído hacia mí. Ahora, pues, si ustedes me escuchan atentamente y respetan mi Alianza, los tendré por mi Pueblo, entre todos los pueblos. Pues, el mundo es todo mío. Los tendré a ustedes como mi pueblo de Sacerdotes, y una nación que me es consagrada.

Entonces Moisés bajó del Monte Sinaí, llamó a los jefes del pueblo y les explicó lo que Yavé le había ordenado. Todo el pueblo, a una voz contestó:

_ Haremos todo lo que Yahvé ha mandado. (Ex 19, 3-8)

Entonces Yahvé ordenó a Moisés que subiera a lo alto del monte, acompañado de Aarón, para recibir su Santa Ley (El Decálogo). Cuando llegaron allí, habló Dios diciendo:

_ Yo soy Yahvé tu Dios, el que sacó de Egipto, país de la esclavitud.

No tendrás otro Dios más que a Mí.

No tomarás en falso el nombre de Yahvé, tu Dios.

Seis días trabajarás, pero el séptimo será día de descanso, consagrado a Dios.

Honrarás a tu padre y a tu madre.

No matarás.

No cometerás actos impuros.

No robarás.

No darás falsos testimonios.

No desearás   la  mujer  de tu  prójimo,

Ni codiciarás sus bienes ajenos.” (Ex 20, 1-17)

Moisés bajó del monte y contó al pueblo todas estas palabras de Yahvé y todas sus leyes. Todos juntos contestaron:

_ Nosotros cumpliremos con todo lo que ha dicho Yahvé.

Al empezar el día, Moisés levantó un altar al pie del monte y, al lado del altar, doce piedras por las doce  tribus  de  Israel.  Luego  mandó  algunos jóvenes para que sacrificaran novillos. Unos fueron ofrecidos como víctimas consumidas por el fuego; otros eran sacrificios de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre derramándola sobre el altar. La otra mitad la derramó sobre el pueblo, diciendo:

_ Esta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con ustedes, conforme a todos estos compromisos”. (Ex 24, 3-8)

 

 

La historia del pueblo de Israel es la historia de un pueblo débil y pecador que es perdonado una y otra vez por la misericordia de Dios. A pesar de las infidelidades que cometió Israel, Dios no se da por vencido y renueva su amor sin cansarse.

Después del diluvio universal, Dios hace una alianza con Noé, prometiéndole que nunca más maldecirá el suelo por culpa del hombre (Gn 8, 21) y le da como señal un arco iris en el cielo.

Con Abraham se renueva el pacto entre Dios y los hombres. Con él, Dios elige un pueblo, le promete protegerlo con amor y le ofrece una tierra, pidiéndole a cambio su fidelidad. Abraham se fió plenamente de Dios y le obedeció. La Fe consiste en aceptar la palabra de Dios y poner en práctica sus exigencias, por eso,

Abraham es considerado como un gran hombre de fe, el padre de los creyentes.

Muchos años después de morir Abraham, el pueblo de Israel se estableció en Egipto. Allí la situación fue empeorando para ellos, pues llegaron a vivir como esclavos. Era un pueblo totalmente sometido al poderío de los faraones.

Pero los planes de Dios eran muy distintos: Él escogió a Moisés para liberar a su pueblo. Dios quiso purificar a su pueblo sometiéndolo a las dificultades de un largo peregrinar por el desierto.

En medio de esas dificultades y pruebas, Dios no abandona jamás a su pueblo, les guía por el desierto, les alimenta con un misterioso alimento celestial

(el maná), y hace fluir agua milagrosamente para calmar su sed.

Llegando al monte Sinaí, allí donde Moisés había tenido su primera revelación, éste vuelve a subir para encontrarse con su Dios, el que había hecho posible la liberación de su pueblo. Ahora, en libertad, Dios quiere hacer una alianza con él, por la cual cada uno se compromete a cumplir ciertos requisitos.

El pueblo de Israel debe cumplir los diez mandamientos que el Señor le ha dado a Moisés. En ellos se establece

como debe ser la relación con Dios, pero también, como debe ser la relación entre los miembros de este pueblo, para que sean una nación que vive en libertad, en justicia y fraternidad. Si Israel cumple estos mandatos, Dios se compromete a cuidarlos, a protegerlos, a estar con ellos para que sea un pueblo que viva en paz y sea ejemplo de convivencia justa y leal.

Moisés le pregunta al pueblo si están dispuestos a realizar esta Alianza y todos responden afirmativamente. Dios les da los diez mandamientos: los tres primeros hacen referencia a la relación que deben tener con Dios. Los otros siete, se refieren a

cómo deben convivir entre ellos.

Cuando se van desgranando estos mandamientos, vemos la riqueza que tienen para lograr una sociedad justa y pacífica. Sin embargo, la persona humana, sigue pensando en su bienestar personal, sigue viviendo en su egoísmo y sigue viviendo en la infelicidad.

A lo largo de la historia todos los pueblos y naciones buscan la manera de vivir en paz y en concordia, sin embargo, no lo logran, porque sólo piensan a lo humano, sólo buscar cumplir la letra de la ley, pero nunca el espíritu; tratan de hacer lo justo externamente, pero no llevan a experimentar la riqueza del espíritu, por lo que

cada vez que sale una ley, siempre hay algún “listo” que busca cómo darle la vuelta y hacer como que cumple la ley, aunque en realidad la está vulnerando.

A partir de este momento, el pueblo de Israel sigue su caminar por el desierto. Hablar de pueblo en este momento, es mucho decir. Todavía no se trata más que de algunos clanes guiados por Moisés a través del desierto, que sin duda se irán incrementado con nuevos elementos. Por pocos que hayan sido estos nómadas, llevan consigo una experiencia de una riqueza tal, que se transformarán


después de reunirse con otras tribus que no habían abandonado Palestina, en la herencia espiritual de todos.

Frente a los Cananeos que habitaban las ciudades y cultivaban las tierras de los alrededores, estos nómades toman poco a poco conciencia de su originalidad y de su identidad. El que se reveló a Moisés en el Sinaí y que multiplicó las maravillas a

favor de los fugitivos de Egipto, Yavé-Dios, hizo una alianza con este pueblo de nómadas, con estas tribus de beduinos. Les dio su ley al mismo tiempo que su promesa. En adelante serán el pueblo que El se eligió y El será su Dios. Es durante el período de Josué y de los Jueces cuando se constituirá realmente el pueblo de Israel.

Sin embargo, por muy colmados que se sientan por Yavé, estos nómadas no pueden evitar sentir admiración por los cananeos, en medio de los cuales viven. Los historiadores nos dicen, que este período del segundo milenio antes de Cristo, es el período

más prestigioso de la historia de Palestina en el plano cultural. Frente a las ciudades cananeas con sus fortificaciones, sus templos y sus palacios con artesonado de cedro, y decorados con incrustaciones de marfil, el nivel de vida de los nómadas parecía muy pobre. El mismo contraste se daba en el plano religioso: los cananeos de las ciudades multiplicaban sus celebraciones, fiestas y ritos a la vista de los beduinos que no tenían ni

siquiera templo.

La tentación es grande, y tanto los libros de Josué y de los Jueces, como los de Samuel y de los Reyes, no cesarán de mostrarnos con cuánta facilidad el pueblo de Israel se dejaba arrastrar. Atraído por esa civilización brillante, abandona al mismo tiempo sus costumbres propias y su fe, para adoptar los cultos de los habitantes del país. Durante todo el período de la realeza, los profetas no dejarán de recordar al pueblo las exigencias de la alianza y de la fidelidad a Yavé.

 

Ø Contexto de la Lectura

El pueblo de Israel en su inicio adoraba a Dios en los momentos importantes de la vida, en los lugares donde iba, y tenía un código de conducta, suponemos, adecuado a su vida nómada del desierto.

Durante los años que estuvo en Egipto, sin perder su fe en Dios, tuvo que vivir bajo los mandatos y la forma de entender las relaciones de los egipcios,

por lo tanto, tampoco desarrollaron un código detallado de las relaciones.

Cuando consiguen su libertad y se constituyen oficialmente como pueblo, tienen entonces, lo que hoy llamamos la Constitución, es decir, las normas que definen la forma de vivir de la sociedad. Para ellos, su constitución, sus normas, son los diez mandamientos. Es la base de la sociedad israelita, y bajo estos mandamientos, brotan toda una serie de normas, que podemos leer en gran medida, en el libro del Deuteronomio.

Ahora sí se pueden presentar ante las demás naciones, pues tienen un Dios único y, además, una forma de vida que les hace diferentes, que les da la personalidad de ser el pueblo de Dios. Los profetas, recordarán a cada momento, que son la parte elegida de Dios, que son el pueblo escogido de Dios, y por eso, deben vivir de una manera santa y acorde a la voluntad de su Dios.

Sin embargo, en un mundo plagado de dioses y de costumbres inmorales, les costará mucho aceptar estas normas de Dios y esta forma que les piden sus mandamientos. Será una lucha constante, entre mantenerse fiel a Dios o ser como las demás naciones: tener una religión externa que no compromete para nada el corazón de las personas.


Ø Escuchamos la Palabra

 
  Cuadro de texto: Cuando Moisés empezó a subir hasta Dios, Yavé lo llamó del cerro (Monte Sinaí) y le dijo:
_ Esto es lo que tienes que decir y explicar a los hijos de Israel: Ustedes han visto cómo he tratado a los egipcios y que a ustedes los he llevado sobre las alas del águila y los he traído hacia mí. Ahora, pues, si ustedes me escuchan atentamente y respetan mi Alianza, los tendré por mi Pueblo, entre todos los pueblos. Pues, el mundo es todo mío. Los tendré a ustedes como mi pueblo de Sacerdotes, y una nación que me es consagrada.
Entonces Moisés bajó del Monte Sinaí, llamó a los jefes del pueblo y les explicó lo que Yavé le había ordenado. Todo el pueblo, a una voz contestó:
_ Haremos todo lo que Yahvé ha mandado. (Ex 19, 3-8)


 

 

 
 


 


·       Interiorizando la Palabra:

Dios ha liberado a su Pueblo de la esclavitud, para conducirlos hacia una nueva Patria, donde podrá instalarse y vivir en libertad. Es el Éxodo uno de los hechos más importantes en la historia de la Salvación. En la larga peregrinación, a través, del desierto, que

duró cuarenta años.

Al cumplirse el tercer mes de marcha, llegaron los israelitas al pie del monte Sinaí, y allí acamparon. Dios ha querido aliarse con el pueblo israelita, para realizar su obra, por eso, la Alianza que Dios quiere sellar con él, significa la Comunión de un proyecto común, una tarea que hay que construir juntos.

Dios ofrece su amor al hombre por medio de la fidelidad a la Ley de la Alianza, por eso, el hombre debe responder a ese amor, cumpliendo el Decálogo. La Alianza en el Sinaí, es el hecho

central del Antiguo Testamento, al que debe regresar siempre, para permanecer fiel a su vocación de Pueblo Elegido. Moisés, en nombre del Pueblo, realiza el rito de la Alianza y se comprometen a obedecerlo.

El Decálogo es una programación de vida, que Jesucristo ratifica por el amor, cuando le dice al maestro de la Ley que todos los Mandamientos pueden ser concretados en dos actividades permanentes de vida: “Al Señor, tu Dios, amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia, con todas tus fuerzas”. Y después viene este: “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”, y no hay ningún mandamiento más importante que éstos.

Jesús quiere que entendamos, que debemos amar a Dios y conocerlo como lo esencial de nuestra vida, para poder cumplir con el verdadero amor al prójimo.

 

Ø Mensaje para hoy

La Historia de Israel en el desierto es semejante a la vida del cristiano. En cada hombre aparecen muchas veces dificultades, enfermedades, incomodidades, disgustos. Dios permite esas dificultades para purificar a los hombres y probar nuestra fidelidad y nuestro amor hacia Él. Las dificultades bien llevadas nos acercan a Dios.

Ante las dificultades y tentaciones que se presentan, el pueblo de Israel, así como nosotros, en lugar de confiar en Dios, perdemos la esperanza y nos apartamos de Él.

Al igual que los antiguos paganos, adoradores de divinidades grotescas y ridículas, muchos hombres de nuestro tiempo tienen sus propios ídolos; entregan su corazón a dioses falsos como son: el dinero, la impureza, el afán de poder... Quienes viven así, están con el corazón apartado  de Dios.

1.- Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Para amar a Dios con todo el corazón, hace falta el don del Espíritu, que crea en el hombre un “corazón nuevo”. Damos culto al Padre, cuando celebramos los Sacramentos, cuando, en la vida diaria, seguimos fielmente los criterios del Evangelio y cuando proclamamos la Buena Noticia a través del testimonio de vida.

2.- No tomar el nombre de Dios en vano. Este mandamiento nos inculca el respeto al nombre de Dios y el de aquellas personas o cosas que, por su especial relación con Dios, son sagradas. Hacemos lo contrario a este mandamiento cuando juramos o hacemos jurar en vano; el juramento es lícito cuando se dan las siguientes condiciones: motivos suficientes, verdad y justicia.

3.- Santificar las fiestas.

Todos los días son de Dios, pero de un modo especial, los domingos y días festivos. Desde el principio, el culto cristiano se centra en la resurrección de Jesús. El primer día de la semana, viene a ser el día del Señor: el domingo. Tiene dos partes este precepto: no trabajar y asistir a la Misa. Las causas que pueden justificar el trabajo del domingo pueden ser la necesidad, la utilidad pública, la piedad y la caridad. La participación en la Santa Misa es obligatoria a menos que uno esté impedido por enfermedad o por algún motivo superior de caridad.


4.- Honrar al padre y a la madre. Nunca podemos vivir totalmente solos. Honrar a los padres quiere decir quererles, respetarles, amarlos, obedecerlos y comprenderles, estar presentes, sobre todo, en sus necesidades, en su enfermedad, en su vejez.

5.- No matar. La vida es algo maravilloso, que el hombre no se cansa de admirar. El cuidado de la vida está grabado profundamente en su corazón. A pesar de esto, aparece en el hombre un instinto de destrucción y de muerte. Dios ha optado por la vida y quiere que el hombre viva. Toda vida viene de Dios, por eso la toma bajo su protección y prohíbe que se le haga cualquier tipo de mal.

6.- No cometerás adulterio. La sexualidad es un medio de comunicación y de diálogo, un lenguaje por el que se expresa la persona entera a través del cuerpo. El encuentro del varón y la

mujer en el amor, es un gesto profundamente serio que supone una decisión de entrega, fidelidad y fecundidad que afecta a toda la persona, y que hace madurar la vocación de ser padre y madre. Desde esta perspectiva, la sexualidad no puede convertirse en un simple juego, en un erotismo egoísta, en experiencias irresponsables, donde quedan ausentes la ternura, la fidelidad, el amor y la fe.

7.- No robar. Este mandamiento nos presenta una denuncia contra la idolatría a la riqueza y hace un llamado a respetar los bienes de los demás. Se condena el robo y la explotación de los otros, especialmente de los pobres y débiles. El fraude y el hurto bajo nuevas formas: engaño vendiendo alimentos de calidad inferior; discriminación en el

salario de la mujer; intereses abusivos en los préstamos...

8.- No levantar falsos testimonios, ni mentir. Todos los hombres sentimos una gran atracción por la verdad, aunque a veces nos cuesta vivir siendo fieles a ella. Cuando hay sinceridad en la relación entre las personas, nos comunicamos, dialogamos, colaboramos unos con otros.

9.- No desear la mujer de tu prójimo. El noveno mandamiento nos pone en guardia contra el deseo incontrolado sexual, así como

contra la infidelidad en el matrimonio. Los pensamientos y deseos no son pecados  sino cuándo, voluntariamente, uno se complace en ellos.

10.- No codiciar los bienes ajenos. Este mandamiento nos alerta contra el deseo de adquirir, por medios injustos, lo que no nos pertenece. La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. El medio de practicar bien este mandamiento es el trabajo honesto, una preparación adecuada

y asumir con responsabilidad las tareas que realizamos.

Recordamos

0 comentarios