Características de la Educación Marista
Características de la Educación Marista
Hace casi dos siglos, Jean-Claude COLÍN, fundador de la Sociedad de María, aceptaba, a regañadientes, la dirección de un centro escolar en Belley (Francia). Eran tiempos difíciles, perturbados política y socialmente por los acontecimientos de la Revolución francesa y del Imperio; constituía todo un reto educar jóvenes indisciplinados y sin unos valores de referencia. Elaboró enseguida unas normas educativas, “Consejos a los profesores”1. Con paciencia los fue poniendo en práctica. A partir de entonces consideró esta experiencia de tanta importancia que hizo de la educación de los jóvenes un punto central de la misión marista. Dos siglos después continúan existiendo colegios maristas dispersos por todo el mundo. Sin embargo, desde la experiencia de Belley, han cambiado mucho las cosas: en muchas partes, los seglares han tomado el relevo de los religiosos, educación e instrucción continúan presentes en la escuela, aunque su importancia, a menudo, se invierte. La educación, prioritaria en tiempos de COLÍN, deja el primer puesto a la instrucción. a pesar de las dificultades, la actividad de COLÍN se encuadra en una sociedad mayoritariamente cristiana. Hoy, los colegios trabajan en contextos muy diferentes: unas veces claramente cristiano, otras ya muy “secularizado”, y a veces en un medio en el que conviven las religiones tradicionales, la secularización y la búsqueda de nuevas experiencias espirituales. Al iniciar el siglo XXI y, a pesar de los cambios, los Maristas siguen fieles al proyecto educativo de su fundador. Conocen sus límites. No se trata de una pedagogía original e innovadora. Son, más bien, actitudes educativas de las que no se sienten propietarios exclusivos. Pero son testigos de que han dado su fruto y creen que todavía continúan dándolo. Sencillamente porque se inspiran en las fuentes del Evangelio.
Una tarea apasionante
“Sí, colaboramos con Dios para formar un hombre. Eso es. Cuando un niño sale de manos de su nodriza, apenas si es un esbozo de hombre. Luego llega el momento de hacerlo hombre, de formar su voluntad, su carácter, su virtud, etc. Pues todo eso lo hace la educación. No hay cosa más grande. El niño recibe como su segunda creación”. (HF 13, 11). COLÍN tiene una idea grande del educador y del educando. El educador colabora con el Creador y está encargado de llevar a término el trabajo de Dios: revelar al alumno quién es y quién es para Dios. El educador coopera con el alumno en esta tarea, ya que, de hecho, nada se puede hacer sin su consentimiento y sin que él participe en su formación. ¿Qué relación hay entre esta perspectiva en la que el hombre y Dios se asocian en una misma tarea y la práctica cotidiana del “oficio”? Corrección de montones de copias, preocupación por la disciplina, esfuerzo constante y renovado por despertar el interés de los alumnos, paciencia, recuerdo de las normas de convivencia…. Por desgracia, con bastante frecuencia, la sociedad no ayuda a los educadores a ver más allá de este horizonte demasiado cerrado. O al contrario, amplía exageradamente el campo de sus responsabilidades. Hagamos memoria de nuestros propios recuerdos de escolares o de estudiantes o bien, nuestras experiencias de educadores o profesores.
Aquel profesor, a través de las exigencias del aprendizaje del inglés o de las matemáticas, o por la manera de comentar nuestros trabajos, nos ha dado confianza en nosotros mismos. Nos ha valorado ante nosotros mismos o ante los demás. Nos ha ayudado a descubrir aptitudes que ni siquiera sospechábamos. Sólo a distancia se puede valorar el camino recorrido. ¿Actuó María de otra manera con relación a Jesús? En la gris cotidianidad de Nazaret, Jesús, entre las comidas, la atención a los vecinos, el trabajo de la carpintería, el paso de las estaciones, tomaba conciencia de su misión y descubría que era el Hijo amado del Padre.
«Bernard Bro cuenta que un día un poeta, hablando con un pintor japonés, le propuso este aforismo (haiku):
Oh, maestro, escucha; a una libélula, le quitas las alas y es un fríjol.
El maestro no respondía nada, pero después de un momento de silencio, rectificó:
Oh, no, no, escuchad: a un fríjol le pones alas y es una libélula.
Los educadores tienen la responsabilidad, cualquiera que sea su materia, de mantener abierto el horizonte de la trascendencia» (Christiane Conturie, Enseigner avec bonheur, Parole et Silence 2004)
Educar a la persona
Implicar un desequilibrio o una mutilación. ¿Qué sería un alumno, si únicamente se tuviera en cuenta su capacidad para asimilar conocimientos?, ¿si se olvidara “educar su corazón” (HF 36, 5), su afectividad?, ¿si no se desarrollara la capacidad de cada uno para profundizar su vida interior y encontrar en sí mismo lo que más le asemeja a Dios? Todo ello pone de manifiesto que la educación es una obra colectiva en la que trabajan muchos actores, entre los que están la escuela, la familia… El reto es importante. Conocemos los dramas que tienen a menudo de adultos aquéllos a quienes no se les permitió expresar sus emociones. También conocemos los comportamientos desastrosos de los “genios” brillantes, insoportables para sus semejantes.
No siempre pensamos en formar a nuestros alumnos “de acuerdo con los principios del evangelio”, como COLÍN nos recomienda (Consejos 1). Sin embargo, descubrimos a través de historias sencillas cómo Jesús se niega a identificar a Zaqueo con su oficio de publicano y a la “mujer de los perfumes” con su reputación de pecadora pública (Lc 7, 36). Y vemos también cómo, cuando cura a un paralítico o a un mudo, lo hace no solamente para hacerle recobrar la salud, sino para devolverle su condición de ciudadano, para hacerlo más libre, más autónomo, más feliz.
Responder al desafío de la realidad
Ante jóvenes que desde su infancia no oían hablar a su alrededor más que de violencia revolucionaria y de cambios de régimen, ¿qué hacer? No respetaban nada, se enardecían a favor o en contra del poder gobernante, la habían tomado contra la religión, arremetían contra la moral cristiana. No dudaban en ponerla en ridículo, llegando hasta los límites de lo sacrílego. COLÍN no se sentía a la altura: se sentía mal preparado y sin apoyo. Tan consciente era de ello que rechazó once veces su nombramiento como director del colegio de Belley. Dos siglos después, en la mayor parte de los países, muchos educadores se encuentran confrontados a la violencia de los jóvenes: para ellos la escuela no tiene interés porque no les asegura un trabajo. Buscan en otras partes razones para vivir y para “liberarse”: la droga, el sexo, el alcohol, volviéndose, de esta manera, la violencia contra ellos mismos. Un educador escribe: «la falta de respeto, la violencia agresiva, la vulgaridad de algunos, la inestabilidad, la molicie, la pobreza cultural, me frenan en todo aquello que uno querría y podría dar». En todo momento, COLÍN sabe recordar los límites. Y al mismo tiempo, nos muestra su buen tacto y un conocimiento de los jóvenes que muchos psicólogos envidiarían. Hay que tener en cuenta «la debilidad y la ligereza de estos años», dice; no imponer un ritmo de prácticas religiosas demasiado pesado, «no hacer demasiadas prácticas», evitar colocar a los jóvenes en «situaciones contrarias a la naturaleza». Hay que ir por partes. No dramatizar lo que es condición de la edad infantil y no ver con desacertadas exigencias de adulto fallos sin importancia. Él sigue invitando a los educadores de hoy al discernimiento, a ser pacientes y a desconfiar de las reacciones demasiado precipitadas
Una invitación a hacernos “cercanos” a los jóvenes, a acercarnos a nuestros alumnos, aprendiendo su lenguaje, conociendo e incluso compartiendo algunos de sus gustos. Una invitación a tomar los alumnos como son; porque no son lo que nosotros deseariamos que fueran. Una invitación a creer en cada uno de ellos y a darles confianza.
« Son muchos los alumnos de nuestro colegio que pasan por situaciones difíciles de afectividad en su hogar. Viven en hogares inestables y con muchos problemas. Y es la escuela la que, a través de sus integrantes y en especial de sus tutores, tiene que llenar ese vacío emocional que tanto les falta, pero sin impedir para nada las exigencias profesionales, respetando las distancias.» (Comunidad educativa, San Pedro Chanel, Sullana, Perú)
Ganarse el respeto
« Procuraremos todos tener autoridad
sobre nuestros alumnos, grandes y
pequeños: es decir, mostrar un cierto
ascendente que inspire respeto y se
haga obedecer. Dejemos bien claro que
no es, ni la edad, ni la estatura, ni el
tono de voz, ni las amenazas, lo que
confiere esta autoridad, sino un talante
ecuánime, firme, moderado, que se
controla siempre, que no tiene por meta
más que lo razonable y que no se deja
llevar nunca por el capricho, el estado
de ánimo o el apasionamiento»
(Consejos, 19)
Se puede expresar con estas frases: una autoridad que no se basa en características personales como la prestancia o la fuerza física, una autoridad que no cede a ningún sentimiento personal en sus decisiones, una autoridad que irradia una fuerza interior y un carácter sereno La manera de actuar de COLÍN confirma sus declaraciones: excepcionalidad, moderación y proporción en los castigos, « hay que hacer todo lo que se puede, probarlo todo, rezar y sólo en último lugar se castiga… » (FA 206, 6.9), en todas las circunstancias hay que salvaguardar el aprecio y el amor a los alumnos. Una expresión de COLÍN da cuenta de la tensión que media entre la verdadera dimensión de la autoridad y la práctica: « sed redondos y sed cuadrados ».
Es fácil imaginar situaciones correspondientes a estas consignas. Firmeza contra la rebelión, comprensión con el infantilismo. No es fácil ser, al mismo tiempo, redondos y cuadrados, mantener la distancia adecuada entre la reacción necesaria y la disposición de confianza y amor a los alumnos. ¿Sería ir demasiado lejos ver aquí un intento de unir en el mismo acto de autoridad la actitud paternal y la maternal? Más todavía, ¿pensar que la última palabra para COLÍN es la de misericordia? « Su amor es el amor de una Madre: no renuncia nunca a sus hijos y favorece a los « perdidos » que parecen tener menos méritos. María es la Madre de misericordia, que tiene para todos un lugar en su corazón » (E. Keel, in Larkin: A Certain Way, p. 76)
Ser personas auténticas
« Los alumnos tienen continuamente puestos sus ojos en nosotros.» (Consejos, 86)
La ejemplaridad es un lugar común de la reflexión educativa. COLÍN habla de ella siete veces en los “Consejos a los profesores” (Avis aux Maîtres). Pero, ¿tiene todavía vigencia cuando la reivindicación de la libertad personal se ha convertido en prioridad? En nuestras sociedades, dispuestas a identificarse con imágenes virtuales, ¿qué referencias pueden proponerse a los jóvenes, cómo ayudarles a dar más importancia al ser que al parecer, cómo ayudarles a ser personas auténticas? Tengamos en cuenta que saben discernir rápidamente y, a menudo, de manera justa la autenticidad de sus interlocutores. COLÍN responde, en su tiempo, a su manera: ser uno mismo una persona auténtica, no ocultar detrás de un reglamento lo que verdaderamente se piensa, hacer lo que se dice y decir lo que se hace, decir YO también, bien para recordar las normas, bien para dar un consejo o para animar a un profesor o a un alumno, aceptar o facilitar el encuentro por difícil que sea, ser coherente entre lo que se exige a los alumnos y lo que se tolera a los maestros: la puntualidad, el humor constante, la caridad fraterna en relación a todo el equipo de Belley, con el superior a la cabeza. Ser personas auténticas
Los jóvenes necesitan encontrarse con personas competentes en su materia. Más aún, necesitan presencias reales que no se identifican con su curso, con su status. Hombres y mujeres que manifiestan su gusto por la vida y que la llenan de sentido. Eso no se aprende en las universidades. Eso no depende de diplomas. No es privilegio de los jóvenes..., ni de los ancianos..., ni de los religiosos..., ni de los laicos. Es una necesidad que nos remite a todos a cuestiones fundamentales: ¿por qué he escogido la educación, qué medios me doy para dar coherencia a mi vida, para encontrar mi sitio? ¿Con quién puedo contar para ello? ¿Con quién puedo hablar de lo que vivo en mi trabajo? La exigencia es fuerte: un ebanista trabaja con madera preciosa, un sastre con telas de gran precio. Un educador trabaja con niños, con jóvenes. Su manera de ser, de situarse, de encontrarse con ellos, dificulta o favorece su propio crecimiento. Su libertad interior es la mejor garantía para la suya. Su presencia convoca a la vida.
Crear un ambiente
«En seis meses, el espíritu de la casa cambió completamente ».
El colegio de Belley, sacudido por la agitación de los alumnos, recobró la calma, desde el momento que COLÍN dio pruebas de autoridad, cuidando, por otra parte, «evitar toda molestia innecesaria para hacer el bien». Son conocidas las conversaciones de las salas de profesores: en una determinada clase, de una hora, sólo se puede enseñar durante veinte minutos, el resto del tiempo debe dedicarse a mantener la disciplina. Resulta agradable, en cambio, trabajar en aquella otra clase porque los alumnos están interesados, atentos y participativos… Para COLÍN el clima de la clase no es algo impuesto por el educador, aunque es, en parte, responsable; lo puede modificar y mejorar de diversas maneras: la confianza en primer lugar, «sin la cual no se puede esperar ningún fruto de la educación» (Consejos 78,3). Confianza de los alumnos y de los padres, que el educador se gana por su competencia, la justicia y lo acertado de sus apreciaciones, la calidad de su relación y la confianza que da a sus alumnos. la atención prestada a todos: los educadores «prodigarán su atención tanto a los débiles como a los fuertes». Hay que animar a «los más lentos» y estimular a «los que van más deprisa». El espíritu de parcialidad «hace engreídos a unos y desalienta a otros» (Consejos 21,6), la imaginación puesta al servicio de la pedagogía: aprender resulta interesante cuando el maestro sabe despertar el interés de los alumnos, cuando los estimula subrayando sus aciertos más que sus fallos (Consejos 61,7), Crear un ambiente finalmente, y en buena medida, el clima lo dan la alegría y la sencillez en las relaciones. Después de todo, aprender, descubrir, debe ser fuente de dicha, de crecimiento. Y la infancia y la juventud tienen “derecho” a un clima distendido, en razón «de la debilidad y la fragilidad de esta edad » (Consejos 43, 13). Los que observan desde el exterior notan, rápidamente, el ambiente de un colegio o de una clase. Éste no depende necesariamente de la modernidad del establecimiento, de la sofisticación de los materiales e instalaciones ni del lujo de la construcción. Por el contrario, hay signos que no engañan, como son la sonrisa de los alumnos o de los adultos que dicen más de la calidad de vida que extensos proyectos pedagógicos o pastorales.
Ser solidarios
« Nos consideraremos todos solidarios, los unos de los otros, en el funcionamiento de la casa. » (Consejos 87)
Cuando habla de solidaridad, COLÍN piensa en las necesidades y deseos de todos en la comunidad educativa. Por lo que se refiere al colegio, esta actitud engloba el establecimiento de unas relaciones justas entre todos los miembros de la comunidad educativa: alumnos, padres, profesores y equipo directivo. A diferencia del artesano, que puede programar, controlar, evaluar su obra en el transcurso de su trabajo y estar legítimamente orgulloso de ella, el educador basa su trabajo en la espera y la humildad. Cuando recibe a un joven, éste ha iniciado su formación en el seno de la familia, en una cultura. Cuando entra en relación con él, sabe que este joven se relaciona simultáneamente con otros adultos en el colegio, con sus camaradas y sabe que una parte de su vida y muchas de sus actividades están fuera de su alcance. Y cuando, algunos años más tarde, este joven deja el colegio, el educador no tiene “ningún dominio sobre él”. El educador es uno más y se le llama a colaborar en esta apasionante tarea que es la educación, mediante la comunicación con sus compañeros, por la confianza mutua que se deben tener, por la confianza que ofrecen a los padres, por el respeto que tienen a la persona de cada alumno, sin tener en cuenta su origen social o étnico y por la preocupación que tiene por establecer este mismo respeto entre los alumnos, Ser solidarios 14 por el justo e irremplazable lugar que cada uno se esfuerza por tener dentro del conjunto, sin perder de vista la finalidad de su trabajo: no sólo el éxito del alumno en «su» asignatura, sino el éxito del joven en la vida, por su participación responsable a instancias de los dirigentes del centro, por la preocupación por su propia formación permanente.
Tener un gran corazón
COLÍN se dirige a los educadores de la Capucinière de Belley:
« ¡Dios mío, qué cosa más grande es formar a un hombre y cuán difícil resulta! ¡Qué paciencia se requiere! ¿Podrá haber cosa más grande? Y se enterneció al decirlo. Vamos a ver, señores, díganmelo, añadió con voz entrecortada: ¿Quieren ustedes a estos niños? ¿Los quieren para Dios y por Amor de Dios?» (HF 36, 1)
Es el principio y el final, como se quiera. Es la clave del oficio. Pero a estas alturas, ¿ se puede hablar todavía de oficio?.
Es también un reto a establecer la adecuada distancia con los jóvenes, aceptar sus sentimientos hacia nosotros y ser claros en los sentimientos que les manifestamos; sentimientos de afecto que no impiden las exigencias profesionales descritas anteriormente, sentimientos que respeten la libertad de los jóvenes, les permitan expresarse, hacer su propia opción de vida y crecer; todo lo cual conlleva la progresiva “desaparición” del educador. Es necesario que él crezca y que yo mengüe... Es necesario que él aumente y yo acepte pasar desapercibido.
Nuestra misión
«Su Madre, María, conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón.» (Lc 2, 51) Maristas educadores, se nos invita a trabajar « a la manera de María », acoger todo sin pretender comprenderlo todo, acoger todo, excepto lo que impide crecer, guardar los interrogantes para hacer de ellos asideros de esperanza y no simplemente problemas, no retener del pasado más que lo que ha dado fruto, aceptar lo que hay, no querer para el futuro más que lo que Dios desea para cada uno, estar presentes, pero no omnipresentes, mantener con los alumnos la paciencia y la espera del agricultor. Aceptar que «todo se haga» según la voluntad de Dios.
Para saber más:
F. DROUILLY, Les Avis de Jean Claude COLÍN au personnel du petit séminaire de Belley, via A. Poerio 63, 00152 Roma, 1990 Juan Claudio COLÍN, Habla un fundador. Textos seleccionados y presentados por Jean Coste. México, 1981. Gabriel-Claudio MAYET, Un Fundador en Acción. Textos seleccionados y presentados por Jean Coste. Madrid, 1988. Craig LARKIN, A Certain Way, via A. Poerio 63, 00152 Roma, 1995 Juan Claudio COLÍN, La educación de los niños en los colegios, in Constituciones 1872, 451-465.
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